LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA |
EL ALZAMIENTO MILITAR DE JULIO DE 1936. En medio de este clima tan conflictivo, la sublevación militar venía preparándose desde febrero o marzo del 36. El jefe indiscutible era el general Sanjurjo, que, tras la amnistía de 1934, se encontraba en Portugal. Desde allí estableció contacto con los principales jefes militares y con miembros de la oposición de derechas. Numerosos oficiales descontentos se iban sumando a los proyectos, a través de la Unión Militar Española (UME) y, finalmente, se agregaron al plan algunos de los generales mas prestigiosos del Ejército: Franco, Goded y Mola.
La noticia de que se tramaba un alzamiento trascendió a los medios republicanos. La izquierda pidió el encarcelamiento de los generales sospechosos, pero el Gobierno, seguro de que la sublevación no se realizaría, se limitó a alejarlos de Madrid. El general Goded fue trasladado a Baleares, el general Franco a Canarias y el general Mola a Navarra. Este último traslado fue un grave error del Gobierno: creyó que Mola no se entendería con los sectores tradicionalistas, pero no fue así. Desde Pamplona, y como director del alzamiento en la Península, preparó el plan táctico de una «marcha sobre Madrid» que rectificara el rumbo de la República. En el momento del alzamiento todos los comandantes militares debían proclamar el estado de guerra y en las plazas donde el comandante militar fuese adicto a la República, el militar de mayor graduación de entre los sublevados debía arrestarle y declarar a su vez el estado de sitio.
Los aviones para trasladar a Franco y Goded desde sus nuevos destinos a Marruecos y Barcelona, respectivamente, fueron adquiridos en el extranjero. El alzamiento se había planeado para finales de julio y fue adelantado por el asesinato de Calvo Sotelo en Madrid (13 de julio). El 17, se sublevó el Ejército de África y esto fue la señal para la sublevación general que se realizó, entre el 18 y 19, en toda la Península.
El Gobierno del Frente Popular se vio sorprendido por el alzamiento. Ni Casares Quiroga ni Azaña habían creído en la posibilidad real de una sublevación. Casares Quiroga dimitió inmediatamente y ocupó por unas horas su puesto Martínez Barrio, que pretendió terminar la revuelta negociando con Mola e incluso ofreciéndole un puesto en el Gobierno, a lo que el general se negó rotundamente. Tras este fracaso se constituyó un nuevo Gobierno, constituido por republicanos, pero apoyado por los partidos obreros, el cual decidió entregar las armas al pueblo, lo que no hicieron, dice Raymond Carr, Casares Quiroga, Martínez Barrio ni Azaña: dar armas al pueblo hubiera significado la entrega del gobierno a los partidos obreros y una resurrección del poder callejero del radicalismo de principios del siglo XIX. Los primeros fusiles se distribuyeron a las organizaciones del Frente Popular el 19 de julio. Desde este momento, la defensa de la República por militantes, obreros y campesinos en armas sería acompañada de la revolución social.
LA RESISTENCIA DE MADRID. Las confusas luchas del 19 al 24 de julio delimitaron las fronteras de esta primera fase de la guerra. Los nacionales poseían Castilla la Vieja y León, Galicia, la región septentrional del valle del Ebro (de Miranda a Zaragoza), Navarra, Vitoria, Oviedo, Cáceres, Sevilla, Jerez-Cádiz, Córdoba y Granada. Mientras el Ejército de Mola había quedado detenido, en su avance hacia Madrid, en las puertas de la cordillera central, el Ejército de Marruecos tomó la iniciativa: resuelta la travesía del Estrecho, tomó la ruta hacia la capital.
Comenzó entonces una dura lucha por los enlaces que permitirían continuar el avance nacional. En el Norte, esta lucha se materializó en la ocupación de San Sebastián. En el Sur, Queipo de Llano tomaba Andalucía, mientras que Yagüe marchaba en el Sudeste sobre Badajoz y Mérida. La unión de ambos ejércitos que avanzaban sobre Madrid se hizo en las estribaciones de Gredos. La defensa de Madrid fue organizada por una Junta presidida por el general Miaja y cuyo cerebro organizador fue el entonces teniente coronel Rojo. Las tropas nacionales llegaron a los arrabales de Madrid el 6 de noviembre, comenzando a continuación el asalto.
Ante el asombro general, Madrid resistió. Esta
defensa victoriosa se debió a una buena organización de las
fuerzas republicanas, a la medida gubernamental de armar a los
militantes de los partidos (los «milicianos»), entre los que
destacaba el 5.° Regimiento, organizado con una férrea
disciplina por el partido comunista, al agotamiento de las
fuerzas atacantes y a la llegada a Madrid de voluntarios
izquierdistas de toda Europa reclutados para ser encuadrados en
las Brigadas Internacionales.
La resistencia de Madrid y el fracaso del alzamiento en Barcelona
y Valencia modificaron la orientación de la sublevación
militar. De un clásico «pronunciamiento» decimonónico, se
llego a una guerra civil larga y cruenta que dividió a los
españoles durante tres años decisivos. El Ejército se puso al
frente del bando nacional, compuesto por los tradicionalistas,
los monárquicos alfonsinos, los partidos derechistas, la Falange
y los sectores católicos. En la zona republicana tuvieron
influencia decisiva las organizaciones obreras, sobre todo la
UGT-PSOE, la CNT y el Partido Comunista de España (PCE), que vio
acrecentada su influencia por las particulares condiciones de la
guerra.
Este primer intento de tomar directamente Madrid fue completado por otros dos, por el procedimiento de flanqueo. El primero fue realizado en el frente del Jarama y el segundo por las tropas italianas en Guadalajara. Ambos fracasaron ante la resistencia opuesta por las milicias republicanas.
DESAPARACION DEL FRENTE DEL NORTE. El fracaso en el frente de Madrid fue sobradamente compensado por los nacionales con la operación de conquista del Norte de España, iniciado el 13 de marzo de 1937 y concluido el 21 de octubre. Fue ésta una de las operaciones claves de la guerra y seguramente la que decidió a la larga la victoria del bando nacional.
La ofensiva comenzó el mes de marzo sobre la región de Vizcaya. En seguida se demostró la superioridad aérea de los nacionales. Las escuadrillas alemanas de la «Legión Cóndor» ensayaron sobre las poblaciones de Durango y Guernica la más moderna de las técnicas de guerra aérea, posteriormente decisivas en la segunda guerra mundial: los bombardeos aéreos en masa.
Además, en el sector republicano existían tensiones internas que debilitaban la defensa de puntos claves para la seguridad de la República. La falta de apoyo del Gobierno central se debía en parte a la escasez de medios, pero también intervinieron en alguna medida los recelos mutuos entre el Gobierno de derecha de los nacionalistas vascos (el Estatuto de autonomía se concedió en octubre del 36) y el Gabinete de Largo Caballero. Pero sobre todas esas dificultades, la principal fue la inexistencia de un Cuerpo de Ejército disciplinado y unitario. Las partidas de milicianos difícilmente podían hacer frente a un ejército regular, que sólo existió en la zona republicana en fecha tardía.
El 19 de junio cayó Bilbao. Su famoso cinturón de fortificaciones resultó ineficaz. El 26 de agosto, Santander y el 21 de octubre desaparecía el frente del Norte con la toma de Gijón. En manos de los nacionales quedaba la principal reserva minera e industrial del país y buena parte de la línea de frontera con Francia. A partir de la caída del frente Norte puede decirse que el general Franco contaba ya con una clara superioridad material sobre sus enemigos, que acabaría traduciéndose en una victoria.
LA GUERRA EN LEVANTE Y EL FIN DE LAS HOSTILIDADES. Frente al avance incontenible de los nacionales en el Norte, los republicanos iniciaron una serie de contraataques. El Ejército de la República, que estaba siendo reorganizado por Prieto a instancias de los partidos republicanos y del comunista, se lanzó a ataques que les permitieran desviar el ritmo de la conquista nacional a otros frentes. Así se producen las batallas de Brunete (junio) y Belchite (septiembre), pero ambas, al acabar en tablas, no consiguieron detener el avance nacional que mientras tanto se estaba produciendo en el Norte.
Ante tal estado de cosas, el nuevo Ejército republicano intenta dar un golpe de mano en Teruel. Efectivamente, en el invierno de 1937, el general Rojo, al mando de las fuerzas republicanas, consiguió modificar el teatro de la guerra. La toma de Teruel resulto fácil y mientras la atacaban los nacionales se consiguió aliviar la presión del lado republicano. Pero, finalmente, Teruel fue conquistada por el Ejército nacional el 23 de febrero de 1938. Inicia así el general Franco la ofensiva del frente de Aragón, que le llevaría a alcanzar el Mediterráneo y dividir en dos el territorio republicano a mediados de abril.
Los republicanos trataron de impedir el avance de Franco en Aragón y rechazar definitivamente la amenaza nacional sobre Barcelona. Para ello, se van a jugar el todo por el todo. En un modo similar a la estrategia seguida en Teruel, escogerán un frente diversivo. Así se va a plantear la batalla del Ebro, la mas larga y sangrienta de la guerra civil. El fragor del cañoneo y la dureza de las operaciones militares va a recordar a la primera guerra mundial. La táctica seguida por el general Franco es de desgaste, jugando con las escasas reservas de sus adversarios y su superioridad material. En la batalla del Ebro quedó destruido el Ejército republicano. Tras la victoria nacional, puede decirse que la guerra ha terminado.
La penetración de los nacionales en Cataluña se inicia en diciembre y a finales de enero, el 26, entraron en Barcelona. El XII Cuerpo de Ejército, encargado de la defensa de la región, se mostró impotente para contener el avance nacional. Cuando el general Yagüe entro en Barcelona había terminado toda esperanza para la República: había caído su primer bastión, su mas fiel reducto en los nueve años que había durado la experiencia republicana.
Tras el acuerdo de Munich, los países europeos ordenan retirarse a los voluntarios de sus respectivas nacionalidades que luchaban con el bando republicano, así como también se redujeron los contingentes italianos en el Ejército nacional. Los comunistas se niegan a rendirse y, tras romper con ellos, la Junta de Defensa de Madrid, al frente del coronel Casado y de Julián Besteiro, negoció la capitulación. Finalmente se toma la capital el 28 de marzo de 1939. El 1 de abril Franco firmaba su último, lacónico, parte de guerra: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado».
¿GUERRA O REVOLUCION?
Entretanto, la revolución se alzaba poderosa en todas las ciudades en las que había fracasado el alzamiento nacional, y en aquéllas en las que aún no había tenido lugar. En todas partes se formaron comités de control que, nominalmente, estaban formados por miembros pertenecientes a todos los partidos del Frente Popular junto con los anarquistas, pero que, en la realidad, reflejaban las fuerzas políticas dominantes en cada ciudad. Estos comités intentaron cambiar la estructura social de su ciudad y pueblos limítrofes, de acuerdo con las miras del partido dominante.
Las primeras medias que se tomaron, comunes a toda la España republicana, consistieron en la prohibición de todos los partidos de derechas y la incautación de hoteles, periódicos de derechas, fábricas y casas de los ricos. En estas últimas, los partidos revolucionarios y los sindicatos hallaron suntuosas y nuevas oficinas. Las carreteras estaban vigiladas por patrullas de milicianos. Se crearon diversos comités responsables de los más variados aspectos de la vida ciudadana. En conjunto, la España republicana constituía, más que un solo Estado, una aglomeración de repúblicas independientes. La confusión regional recordaba la que había reinado en España en 1870 o durante las guerras napoleónicas, aunque fuertemente incrementada por las pasiones de clase y de religión.
REVOLUCION SOCIAL EN LA ESPAÑA REPUBLICANA. El 4 de septiembre de 1936, tras el Gobierno Giral que había organizado la primera defensa de la República, ocupa el poder el socialista Largo Caballero. Estaban representados en el Gabinete de Largo todos los partidarios de la España republicana, incluida la CNT. Rompía así el anarco-sindicalismo con uno de sus más arraigados principios (no participar en ningún Gobierno del Estado que sea) para ayudar a salvar la República amenazada.
El alzamiento militar lleva consigo una serie de consecuencias sociales y políticas que configuran la evolución posterior de los dos bandos. La primera de ellas, a la que ya nos hemos referido, es la de crear las condiciones políticas para una revolución social que estalla inmediatamente en parte de España.
En Aragón, la CNT inicia una política de expropiaciones agrarias espontáneas que culmina en la creación de colectividades agrícolas, donde se realiza el ideal del comunismo libertario: no hay propiedad privada, no hay dinero, todos los trabajos se realizan según un plan común y queda garantizada la responsabilidad de todos en cada finca. En Barcelona, comités de obreros se hacen con la dirección de las fábricas textiles, de los transportes urbanos y de los espectáculos públicos.
Los ensayos de revolución social, que surgen en éstos y otros puntos de la geografía española, son posibles gracias al nuevo poder que detentan los militantes obreros, convertidos en salvaguardia de la República al no existir un Ejército de envergadura suficiente y tener el Gobierno que contar con ellos. Pero una guerra contra un ejército organizado y con buen apoyo técnico no la ganan unas partidas de milicianos, por muy entusiastas que éstos se muestren. El principal problema que ocupó la vida política del bando republicano fue el de la organización de un ejército regular y las resistencias que dicho proyecto creo en los sectores mas izquierdistas. Se dividieron así las opiniones republicanas. Los anarquistas, los pequeños grupos marxistas de tendencia extremista y parte del PSOE eran partidarios de hacer a la vez la guerra civil y la revolución social. Los republicanos, parte de los socialistas y el partido comunista eran partidarios de ganar primero la guerra y, luego, de acometer las transformaciones sociales que fuesen necesarias.
En este estado de cosas, el partido comunista, grupo adherido a la III Internacional, de reducido número antes de la guerra, fue ganando influencia en la dirección de la segunda de las opiniones expuestas. Presentó un modelo de organización militar en su 5.º Regimiento y defendió una política que pretendía detener la revolución social para no asustar a las clases medias y concentrar todo el esfuerzo en la guerra civil. Finalmente, triunfó esta política y el socialista Prieto fue encargado de reorganizar el Ejército, cosa que hizo ayudado por los comunistas y por los militares profesionales como Miaja y Rojo. Pero era ya demasiado tarde: el Ejército de la República debía haber estado organizado en el frente del Norte, porque, en adelante, ganar la guerra era una empresa casi imposible.
EVOLUCION DE LA POLITICA REPUBLICANA. Se puede dividir en cuatro períodos:
El primero, que coincide con el Gobierno de Largo Caballero, contempla el estallido de la revolución social y es el momento de las milicias populares. Se acelera extraordinariamente la reforma agraria.
Al terminar la guerra se habían expropiado en la zona republicana 2.432.000 hectáreas por abandono o responsabilidades políticas, 2.000.000 por utilidad social y 1.252.000 ocupadas provisionalmente.
El segundo se inicia con la formación del gobierno del profesor Negrín, también socialista. Se practica una política moderada se frena la revolución social y mejoran las relaciones con la URSS, que ve crecer su influencia cerca del Gobierno republicano. El socialista Prieto se encarga de la cartera de la Guerra y, desde ella, reorganiza el Ejército de la República y lo dota de una eficacia necesaria pero tardía.
El tercero viene marcado por la dimisión de Prieto al enfrentarse este líder del PSOE con el creciente poder del partido comunista dentro del Ejército y por la desmedida participación de los delegados rusos en los asuntos internos de la República. Al protestar Prieto de esta injerencia soviética en los resortes directos del poder, éstos organizan una campaña que le obliga a dimitir «por derrotista». En marzo de 1938 los comunistas vuelven a presionar ante el PSOE y la CNT para reforzar el Gobierno. Entran de nuevo miembros de la CNT que habían salido con la dimisión del Gabinete de Largo Caballero, ya en una fase en que era previsible vislumbrar la derrota.
El cuarto período corresponde a la división de opiniones en el seno de la República, a punto de ser ésta definitivamente derrotada. Los republicanos y los socialistas son partidarios de una paz negociada mientras que los comunistas defienden la tesis de una resistencia a todo trance. El resto de las fuerzas vivas de la República que aún quedan en Madrid capitulan a través de las negociaciones del socialista Besteiro y del coronel Casado.
En su conjunto, la República se mantuvo en la guerra menos unida que el bando nacional. Las tensiones, primero entre moderados y extremistas, después entre socialistas, anarquistas y comunistas, impidieron que se consolidara una administración fuerte y unitaria. En su conjunto, las fuerzas republicanas no pudieron lograr la unidad indispensable en una situación de guerra.
CONFIGURACION DE LA ESPAÑA DE FRANCO. A diferencia de lo ocurrido en zona republicana el bando nacional presenta desde el primer momento un carácter disciplinado y organizado, al menos dentro de lo que cabía esperar en una conjunción de fuerzas e intereses tan diversos. Es el Ejército quien prestó cohesión y disciplina al alzamiento y quien impuso con prontitud una férrea disciplina en la retaguardia nacional.
Los órganos de gobierno en que se basó esta política unitaria son la Junta de Defensa Nacional, compuesta por los principales generales, que dirige la sublevación de julio a septiembre de 1936, y más tarde el general Francisco Franco Bahamonde, que el 1 de octubre de 1936 es proclamado en Burgos Jefe del Gobierno del Estado español y Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire. El Generalísimo recién proclamado elige una Junta Técnica para que puedan asesorarle en el gobierno de la zona conquistada.
Inmediatamente se procede en la zona nacional a la derogación de la legislación republicana en relación con la Iglesia católica, con la reforma agraria, con el divorcio, etcétera. La burocracia improvisada que se reúne en torno a la Junta Técnica, primero, y del primer Gobierno de 1938, va haciendo articular las bases jurídicas del nuevo Estado.
En el camino de unidad que exige la situación militar, Francisco Franco firmó en abril de 1937 el decreto de unificación entre Falange y el tradicionalismo, creando de este modo un partido único denominado FET y de las JONS. El Jefe del Estado español es el Jefe Nacional del Movimiento, y la Junta Política de la Falange fue sustituida por un Consejo Nacional nombrado por el Generalísimo. En el campo sindical se crearon los sindicatos verticales, fruto de la ideología falangista, y se promulga el Fuero del Trabajo (1938), mientras se prohibían las huelgas y los demás sindicatos no afiliados a la FET y de las JONS.
En julio de 1937, la Iglesia católica, en una pastoral colectiva de todos los obispos (menos el de Vitoria y el cardenal-arzobispo de Tarragona), había proclamado ante el mundo la legitimidad del Alzamiento al que se intitulaba «Cruzada de Liberación Nacional», si bien esa terminología era ya empleada habitualmente en la zona nacional.
Terminada la guerra, una ley del 9 de agosto de 1939 hace descansar la plenitud del poder legislativo en el Jefe del Estado, que puede ejercerlo por sí, sin necesidad de deliberación del Consejo de Ministros, cuando media la circunstancia de la urgencia, por el libremente apreciada. Este poder total hacía responsable al Caudillo tan sólo «ante Dios y ante la Historia».
Para Cataluña y el País Vasco, la derrota republicana significaba una doble derrota. En efecto, además de perder el régimen democrático, como los otros pueblos del Estado Español, Cataluña y Euskadi perdieron su Estatuto de Autonomía. La organización administrativa de la Generalitat de Cataluña fue condenada a desaparecer. La lengua catalana hasta entonces oficial en Cataluña, fue prohibida de la vida oficial y pública y sólo se autorizó «su uso privado y familiar», como declaraba el bando que se publicó en Barcelona a la entrada de las fuerzas nacionales.
LA GUERRA CIVIL Y SU REPERCUSION INTERNACIONAL. Se ha dicho que la guerra de España fue un ensayo general del conflicto mundial que estallará en Europa poco después de terminar nuestra contienda. Esta afirmación resulta adecuada si concebimos la guerra mundial como un enfrentamiento entre el fascismo y el comunismo, pero no lo es si consideramos el punto de vista de las potencias occidentales.
Las democracias occidentales abandonaron a la España republicana. El temor a una guerra general y la influencia de grandes intereses en Inglaterra condujeron a la creación del comité de «No intervención», aunque en los primeros meses de la guerra, el gobierno republicano pudo contar con la entrega francesa de armas. Las Brigadas Internacionales fueron reclutadas entre los Jóvenes izquierdistas de Europa sin contar con el apoyo decidido de ningún gobierno extranjero, salvo el soviético.
La aportación exterior verdaderamente importante fue la de los rusos en el bando republicano y la de alemanes e italianos en el nacional. La Rusia de Stalin presto apoyo a la España republicana en armamento y técnicos militares, pero en la última etapa de la guerra la escasez cada vez mayor de las ayudas rusas precipitó la caída del bando republicano.
La Alemania hitleriana presto a los nacionales una importante ayuda técnica. Los alemanes enviaron a Franco carros de combate, otras clases de armamento ligero y, sobre todo, aviones bien equipados que formaron la famosa «Legión Cóndor». La ayuda italiana fue la más política. Mussolini envió a Franco cuarenta mil soldados, aunque la importancia de este ejército en la evolución bélica resultara muy discutible.