HISTORIA
Las primeras fuentes que se tienen de los primitivos pobladores de la península ibérica se remontan al Peleolítico inferior, desarrollándose importantes culturas durante los distintos períodos prehistóricos, así del Paleolítico superior pueden citarse las pinturas rupestres halladas en Altamira; del Mesolítico las manifestaciones pictóricas de Cogul, y ya en el Neolítico, las culturas de El Argar y del vaso campaniforme. Los iberos llegaron a finales del Neolítico y comienzos de la Edad de Bronce (2000-1500 a. de C.), y se situaron en el sur y sudeste del territorio peninsular. A ellos les siguieron los celtas, que ocuparon la zona norte y oeste. De la fusión de ambos pueblos surgieron los celtiberos. También y hasta el siglo X a. de C. llegaron germanos, galos y fenicios, así como griegos y cartagineses. Toda esa mezcla de razas, hizo de España un verdadero crisol, una especie de país aislado del resto de Europa. En el sigloII a. de C., se produce un hecho trascendente: la conquista de España por parte de los romanos, quienes exportan su civilización y especialmente el uso del idioma latino. España estuvo en poder de los romanos hasta el siglo V de nuestra era. En época de Augusto fue dividida en tres provincias: Bética, Tarraconense y Lusitania.
Varios de los emperadores romanos, entre ellos Trajano y Teodosio, por no mencionar sino algunos, nacieron en territorio español, que fue cuna de excelsos escritores, como Séneca, Marcial y Quintiliano. En estas circunstancias nació la lengua española, como subproducto del mestizaje del latín con los idiomas lugareños. En el año 711 de nuestra era, y tras la batalla de Guadalete, se produce la invasión árabe. En pocos años los musulmanes extendieron su poder militar por todo el territorio, a excepción de las zonas pirenaicas y cántabras, permaneciendo en la península durante ocho siglos; si bien en el año 732 fueron derrotados por Carlos Martel en la batalla de Poitiers, fue necesaria una larga y cruenta guerra para detenerlos. La misma dio lugar a muchos actos de heroísmo y al nacimiento de héroes que pasaron a la leyenda. Tal es el caso de Ruy Díaz de Vivar, conocido bajo el nombre del Cid Campeador, modelo de los guerreros españoles que combatieron contra el invasor morisco. Entre ellos, el rey Pelayo, cuya victoria en Covadonga en el año 722 fue el punto inicial para la reconquista de España. La larga permanencia de los árabes en territorio ibérico dejó rastros imborrables en todas las manifestaciones del arte y la cultura españoles. Especialmente en la arquitectura: los edificios de estilo arábigo permanecen indelebles, dando nacimiento a un verdadero arte arábigo-español. A comienzos del s. IX, Abderram III consiguió la independencia de los musulmanes en Al-Andalus, del califato de Bagdad, y estableció el califato de Córdoba (929). El poder del califato quedó mermado tras la instalación de pequeños reinos musulmanes independientes o taifas, lo que facilitó su derrota. La obra de la reconquista y unificación de España fue culminada por los Reyes Católicos, cuyo matrimonio, celebrado en 1469, tuvo notables efectos en la política de unidad que se siguió entonces. Durante el reinado de los Reyes Católicos se llevó a cabo una empresa de máximas consecuencias no sólo en la historia de España, sino en la de toda la humanidad: el Descubrimiento de América. En realidad, el matrimonio de los Reyes Católicos llevó a la unidad a dos reinos: el de Castilla y el de Aragón, que acabaron por absorber a todos los demás. El año 1492 fue de excepcional importancia en la historia española, pues tuvieron lugar, al mismo tiempo, la definitiva unidad de España y la expansión ultramarina de su imperio. Tan grande y poderoso fue éste que llegó a decirse del mismo que en sus confines nunca se ponía el sol, ya que cuando éste no iluminaba una parte de esos dominios, lo hacía en la otra. España fue, en este tiempo, una verdadera potencia política, militar y naval. Los Reyes Católicos fueron sucedidos en el trono por su hija doña Juana; cuando la reina enloqueció y hubo de ser apartada del mismo, ocupó el trono Carlos I, instaurador de la dinastía de los Austria en España. Con Carlos I y su hijo Felipe II, llegó a su máximo esplendor y poderío la nación española, pero la intransigencia y el despotismo de este último, sumieron al país en sucesivas guerras y en la más absoluta decadencia. El esplendor mencionado, bajo los aludidos monarcas, tuvo como consecuencia un período realmente excepcional, en el que relucieron las artes y las letras alcanzaron su máxima expresión. El Siglo de Oro fue, pues, una muestra cabal del genio hispánico, llevado a su quintaesencia formal, como un resumen del alma española. Y esa síntesis contiene algunos elementos fundamentales, como la fe católica y todos los valores del cristianismo; la sujeción a una autoridad suprema, encarnada por el rey, que es, al mismo tiempo, el representante de su sociedad contemporánea, de sus costumbres e ideales, y la unidad de una lengua, la castellana, que, por encima de las diferencias regionales, brinda motivo de unión y esplendor cultural al quehacer histórico de los españoles. A la muerte de Carlos II, ocupó el trono Felipe V, primero de la casa de los Borbón. Sostuvo enconadas reyertas por la sucesión con el archiduque Carlos de Austria, que desencadenarían la llamada guerra de Sucesión, cuyas consencuencias fueron nefastas para la política española, ya que gradualmente la misma aislaría a la metrópoli de sus dominios de ultramar, favoreciendo los intentos separatistas y emancipadores de los mismos. Fernando VI, que reinó de 1746 a 1759, mejoró bastante la situación general de España, y el gobierno de Carlos III, por su parte, la llevó a un alto grado de evolución cultural. Sin embargo, su sucesor, Carlos IV, llevó a cabo un programa sumamente perjudicial para los intereses hispanos y mostró en su acción de gobierno una debilidad de carácter y de enfoque en los negocios públicos que alentó los planes expansivos abrigados por Napoleón Bonaparte. La flota española fue derrotada en la batalla de Trafalgar, descrita con vivos colores literarios por Benito Pérez Galdós. Tras la misma, se convino el reparto de Portugal; mientras, las riendas del poder pasaron a Manuel Godoy, el favorito de la reina española. En las continuas luchas intestinas por el poder que se plantearon entre Godoy y Fernando, príncipe heredero, tuvo también Napoleón un espléndido campo de acción para sus pretensiones sobre España. Gobernaba ya entonces el país Fernando VII, quien recibió los derechos por abdicación de su padre, el rey don Carlos, pero fue retenido, junto a toda su familia, por las tropas napoleónicas, que lo llevaron a Bayona, donde Napoleón, con habilidad, hizo que devolviese los poderes dinásticos a su padre. Al propio tiempo nombró como gobernador de España, una especie de regente ilegítimo del trono, a su hermano José Bonaparte.
A pesar de que los franceses mantuvieron oculta al pueblo la situación que se había planteado en Bayona, ésta trascendió, ocasionando una revuelta popular el 2 de mayo de 1808. De este modo comenzó la guerra de la Independencia, campaña por la reconquista del suelo español, en la que se libraron célebres batallas, como la de Bailén y el sitio de Zaragoza. Mientras tanto, en el año 1812 se proclamó en Cádiz una consticución de corte liberal, que sería derogada por el rey en 1814. La invasión napoleónica de España alentó ideas de independencia y segregación en las colonias americanas. Tanto los súbditos españoles del continente como de los dominios ultramarinos prestaban juramento de fidelidad personal al monarca y esta circunstancia fue esgrimida por los hombres que postulaban la independencia americana como coartada para justificar legalmente sus aspiraciones. Habiendo cesado la autoridad de Fernando VII, no existía ya razón alguna para continuar sujetos a la dominación por parte de una corona cuyo imperio sólo era teórico. Después de la emancipación de sus ex colonias americanas, España se vio envuelta en una serie de inútiles guerras, en el afán de recuperarlas. Éstas tuvieron lugar después de 1814, año en el que Fernando VII regresa al trono, estableciendo un gobierno de carácter absolutista, en parte por las necesidades que planteaba la campaña sudamericana. A pesar del mismo, la batalla de Ayacucho concluyó, en 1824, con todo vestigio de dominación española en América. En 1833 se inicia la primera guerra carlista, como consecuencia de la subida al trono de Isabel II, tras la muerte de su padre, Fernando VII, y la abolición de la ley Sálica en 1832, que prohibía ocupar el trono español a las mujeres, despojando de sus derechos sucesorios al infante don Carlos. Isabel II abandonó el trono en 1868, al aprobarse un estatuto que estableció la monarquía constitucional.
Una serie de regentes gobierna el país, sin demasiada coherencia ni consenso popular, hasta que en 1874, el general Martínez Campos instala en el trono a Alfonso XII, cuyo reinado, juntamente con el de su hijo, Alfonso XIII, conocen una etapa de relativa tranquilidad. En el transcurso de este período, España pierde su dominio sobre Cuba, Puerto Rico y Filipinas, como consecuencia del Tratado que pone fin a su guerra con Estados Unidos, en 1898. A su vez, en 1904, se limita su jurisdicción sobre Marruecos, mediante un Tratado en el que comparte con Francia esa responsabilidad. Ello significó el final de un largo conflicto jalonado de hechos trágicos y violentos. Hechos de sangre como la Semana Trágica barcelonesa, y diversos asesinatos de personalidades a manos terroristas, llevan al general Miguel Primo de Rivera a instaurar una dictadura en 1923. En 1931 se proclamó la II República y el rey Alfonso XIII, que había sucedido a Alfonso XII, abandonó España, tras las elecciones municipales en las que triunfaron las coaliciones republicanas. El primer presidente republicano fue Alcalá Zamora y el segundo Manuel Azaña. En 1933 se funda la Falange Española, presidida por José Antonio Primo de Rivera, y en noviembre de ese mismo año ganan las elecciones el partido de Gil Robles (CEDA) y el Partido Radical. En 1934 se produce la importante huelga general de Asturias, duramente reprimida por el gobierno de la República. A comienzos de 1936 son disueltas las Cortes y se convocan nuevas elecciones, de las que sale vencedor el Frente Popular. El verano de ese mismo año un amplio sector del ejército, acaudillado por el general Franco, y apoyado por la Falange, la Iglesia, la oligarquía y los sectores monárquicos tradicionalistas, se levanta en armas contra el poder republicano, originando una guerra civil que dura tres años de la que sale vencedor el denominado ejército nacional. Franco fue proclamado jefe del Estado e instaura una dictadura que se prolonga hasta 1975. Fueron años caracterizados por la autocracia y el papel preponderante del Ejército y la Iglesia. En 1969 Franco designa como sucesor suyo a Juan Carlos de Borbón, nieto de Alfonso XIII. A la muerte del dictador, en 1975, Juan Carlos I asume la jefatura del Estado. Se forma un gobierno de transición presidido por Adolfo Suárez que legaliza los partidos políticos, suprime la censura y restablece las libertades públicas. En 1978 se aprueba la Constitución vigente por la cual se convocan elecciones democráticas cada cuatro años y se reconocen oficialmente las autonomías con su idioma y su bandera propios. Suárez es sustituido en la presidencia por Leopoldo Calvo Sotelo en 1981. En la sesión de investidura de éste, una compañía de la Guardia Civil, al mando del teniente coronel Tejero, apoyada por un sector del Ejército penetró en el Congreso de los Diputados intentando dar un golpe de estado, que fue abortado a las pocas horas. En 1982 fueron convocadas nuevas elecciones, resultando vencedor el Partido Socialista Obrero Español, cuyo candidato, Felipe González, es nombrado presidente. El PSOE acomete durante su gobierno una serie de reformas en el plano educativo, sanitario, cultural, económico y jurídico, alineándose, en el plano internacional, con los principales organismos militares, económicos y políticos occidentales (OTAN y Unión Europea). Felipe González resultó reelegido en las elecciones de 1986, de 1990 y de 1993. En el año 1992 España protagoniza acontecimientos de especial relevancia, como los Juegos Olímpicos de Barcelona o la Exposición Universal de Sevilla, que proyectan internacionalmente la imagen más moderna y desarrollada del país.
CULTURA
Los presuntos primeros pobladores fueron iberos, celtas y celtiberos. El ibero sería producto de dos corrientes migratorias. También se cita una tercera emigración que entró por los Pirineos, la tubalita. Durante este período de la humanidad, dos grandes ciclos abarcan su desarrollo y su cultura. Uno, en que el medio de civilización y comunicación son los grandes ríos, y a sus orillas florecen los imperios orientales, y el otro, aquel en que la humanidad busca y se sirve de los mares interiores para sus conquistas y comunicaciones. En este segundo ciclo es el Mediterráneo el centro de civilización y vehículo de cultura. En él se engrandecen fenicios, griegos, cartagineses y romanos. España, situada en el centro occidental del Mediterráneo, fue más o menos intensamente colonizada y dominada por estos pueblos. Pero, antes de ello, los habitantes del sur de la península y de la costa de Levante eran diestros en el arte de la navegación, tenían moneda y con su marina propia mantenían estrechas relaciones comerciales y culturales a través del Mediterráneo. En la Turdetania, comarca comprendida entre el centro y sur de la provincia de Huelva, casi toda la de Sevilla y una pequeña parte de Córdoba, Málaga y Cádiz, se agrupaban en poblados compactos que tenían literatura propia, anales, poemas y hasta leyes en verso que contaban seis mil años de antigüedad. El apogeo de estas culturas lo alcanzan en el siglo iv a. de C. la misteriosa ciudad de Tartessos, en Andalucía, y las adelantadas ciudades levantinas. Durante la época protohistórica y la dominación romana, el arte ibérico se manifiesta con influencia oriental y griega. Hachas de piedra, joyas y brazaletes, ídolos pequeños, estatuillas de bronce del Hércules tirio, una especie de esfinge labrada en piedra con cuerpo de toro y rostro humano con barba que recuerda los toros asirios, etc. A partir de la dominación romana, España asimiló su civilización y cultura, y se romanizó. Se hablaba el latín, y la literatura latina se enriqueció con Séneca, Lucano, Columela, Marcial, Quintiliano, etc. A su paso por España, Roma la inundó de monumentos que aún perviven, entre ellos un puente entre Mérida y Alcántara, los acueductos de Segovia, Mérida y Tarragona, las murallas y Casa de Pilatos de esta ciudad, la Torre de Hércules de La Coruña, restos del circo Máximo de Mérida, el teatro de Sagunto, el sepulcro de los Escipiones enTarragona y gran cantidad de tumbas y lápidas sepulcrales.
El Imperio romano no pudo contener la avalancha de los pueblos que Roma llamó bárbaros, y también germanos, y feneció en la quinta centuria. España cayó también en poder de ellos, y se dio el caso de que mientras las demás naciones ocupadas por estos permanecían en la más absoluta ignorancia, en Iberia la antorcha de la cultura hispanorromana brilló a través de una legión de sabios, entre los cuales descolló San Isidoro, que llevó a cabo una tarea enciclopédica. Por lo que se refiere a la literatura, tras el poderío visigodo comenzó a manifestarse en el siglo XII o antes, con el romancero, el Poema del Cid o el Cantar del Cid, que en lengua ruda, pero expresiva, relata la edad madura y la vejez del famoso capitán. Gonzalo de Berceo, de fervorosa e ingenua religiosidad, escribe la vida de algunos santos. Sus obras corresponden al Mester de Clerecía. La obra teatral más antigua es el Auto de los Reyes Magos, del sigloXIII.
A fines de este mismo siglo, Alfonso X el Sabio, rey de Castilla, redactó una historia y las Siete Partidas, enciclopedia filosófica, moral y jurídica. En el siglo XIV apareció la literatura realista y satírica, y son sus principales representantes el Arcipreste de Hita, López de Ayala y Don Juan Manuel, que redactó el código de la realeza en el Libro del niño, otro de caballería titulado Libro del caballero y del escudero, y una serie de apólogos en El conde Lucanor. El sigloXV se caracterizó por el espíritu renacentista: el marqués de Santillana, Juan de Mena y Jorge Manrique en poesía, mientras que en prosa aparecen numerosas crónicas y algunas obras de moral, como el Diálogo de la vida feliz, de Lucena, y el famoso Amadís de Gaula.
El renacimiento español: Entre los reinados de los Reyes Católicos y los de Carlos I y Felipe II se produce en España el triunfo de los ideales renacentistas. En el terreno poético, Juan Boscán introduce las formas métricas italianas, adaptadas magníficamente a la sonoridad castellana por Garcilaso de la Vega. Una novedad importante es la publicación del Lazarillo de Tormes, obra anónima que inicia el género de la novela picaresca y supuso un eslabón decisivo para la aparición de la novela moderna. Tras la renovación garcilasista, Fray Luis de León, que eleva definitivamente la lengua a la categoría de idioma de culto, y Fernando de Herrera, cuyo perfeccionismo formal preanuncia a Góngora, encabezan las escuelas poéticas castellana y sevillana, respectivamente. La Araucana, de Alonso de Ercilla, es la mejor obra épica del período y lleva al terreno de la ficción el tema americano, cultivado ya con gran acierto desde una perspectiva histórica por los cronistas de Indias Bernal Díaz del Castillo, el propio Hernán Cortés, Fernández de Oviedo o, desde una perspectiva crítica, Fray Bartolomé de las Casas, defensor de los indios. La literatura mística fue el fenómeno literario más interesante del reinado de Felipe II. Sus principales representantes son Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, autor este último del Cántico Espiritual, uno de los más grandes logros de la poesía española de todas las épocas. Dentro del terreno del arte, son numerosos los creadores procedentes de Flandes, Francia y Alemania que, al servicio de los monarca españolas, levantan en el país grandes obras arquitectónicas combinando los principios renacentistas con procedimientos tradicionales hispanos, lo que da origen a manifestaciones tardogóticas tan deslumbrantes como la iglesia de San Juan de los Reyes, en Toledo, o la culminación de la catedral de Burgos. Al poco se fragua un estilo nuevo ya plenamente renacentista, el plateresco, que inundó de soberbias construcciones la ciudad de Salamanca, y Juan de Herrera fija en El Escorial los fundamentos estéticos del estilo denominado herreriano. La pintura del período cuenta, entre otras, con las figuras de Pedro Berruguete, el valenciano Juan de Juanes, Alonso Sánchez Coello, pintor por excelencia de la corte de Felipe II, y el extremeño Luis Morales «el Divino». También la música vive una época de auge merced a compositores como Cristóbal de Morales, Tomás Luis de Victoria o Antonio de Cabezón.